viernes, 24 de abril de 2009

La primera impresión

  • 15 de marzo de 2006
¡Uf, qué día! Era una mañana completamente normal, pero eso cambió con el transcurso del día. El profesor Fernández daba su tediosa clase de Filosofía mientras algunos alumnos jugaban a las cartas clandestinamente, otros conversaban entre ellos generando un constante y molesto siseo, otros intentaban prestar atención a la lección (la mayoría sin lograrlo) y el resto luchaba contra el impulso de dormirse en el aula. Yo me encontraba en este último grupo, combatiendo con mis párpados para que no se cerrasen, lo cual era difícil debido a las insuficientes tres horas de sueño que tuve ayer. Mi aburrimiento me llevó a buscar distracciones para mantenerme despierta, y mi mirada se dirigió hacia la ventana (mi banco se encuentra a su lado). La vista era la misma de siempre: el pasillo desolado (todos los alumnos se encontraban en sus respectivas aulas), en el patio la portera barriendo, el kiosquero recibiendo los productos del día, las tres banderas en sus mástiles flameando con el viento (la argentina, la bonaerense y la italiana), el sol iluminando el cielo y los edificios que se extendían a lo lejos, algunos pájaros que de vez en cuando pasaban y comían las migajas que quedaron del primer recreo... ¡Qué calmo estaba todo! Esto sólo contribuía a que mi sueño se incrementase.
Pero de golpe el escenario cambió. Pasó algo que atrajo totalmente mi atención. Más bien no "algo", sino "alguien". Un chico salió del salón contiguo al mío y se dirigió hacia la sala de las preceptoras, que estaba justo al lado de mi ventana. No dejé de observarlo durante su corto recorrido, pero él no se percató. Me quedé perpleja, nunca había notado la presencia de este muchacho en la escuela, pero sin embargo sabía que lo conocía. Sé que hace tres años que lo veo casi todos los días, desde que yo ingresé al colegio en 8vo año, porque él ya cursaba en ese momento... Pero nunca me había detenido a mirarlo. Alto, delgado, de tez clara y suave, cabellos dorados que le caen desprolijamente en su rostro, y unos ojos azules oscuros que me recuerdan la inmensidad del océano.
El muchacho habló de forma muy educada con Nilda (preceptora), quien le dio unos cuadernos. Al volver hacia su aula, yo seguía observándolo y en ese momento su mirada se cruzó con la mía. Sentí como si me hubiera quedado sin aire; una sensación inexplicable se situó en la boca de mi estómago y rápidamente desvié la mirada hacia otro lado. Noté que él hacía lo mismo y al mismo tiempo volvía hacia su salón. Nuevamente lo contemplé durante su trayecto... ¡¿CÓMO NUNCA ANTES ME HABÍA FIJADO EN ESTE CHICO?!

Durante el segundo recreo, como de costumbre, fui con mis amigas a charlar con la portera Susana, nuestra compañera de chismes. Le pregunté quién era el chico misterioso, ese que capturó tan fácilmente mi atención. "Felipe", dijo. Un chico introvertido, buen compañero según tenía entendido, educado, responsable, buena persona; pero muy tímido.

Felipe... ¿cómo voy a hacer para acercarme a vos?

Almendra*


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Con una única mirada... lo que podemos llegar a sentir, verdad?^^
Siempre me ha resultado curioso el papel que juegan los sentimientos en nuestras vidas. Parecemos marionetas, nos mueven a su antojo y acaban por cambiarnos la vida o la forma de verla^^.

Es precioso, Almendra... ya tengo ganas de leer tu próxima entrada^^.

Un abrazo muy fuerte!