martes, 25 de mayo de 2010

La historia de Almendra

Ella estaba perdidamente enamorada de él. Había intentado olvidarlo una y otra vez, pero no lo lograba. Se había embarcado hacia la conquista de nuevos amores, pero ninguno la atrapaba tanto como él. Siempre lo recordaba. La comparación con los nuevos pretendientes de su corazón era inevitable e irritante. Él era mejor que todos ellos, era mejor que cualquiera. Era ÉL.

Él era un aventurero. Un valiente viajero dispuesto a recorrer el mundo y develar todos sus misterios. Conocer todo lo que pudiera, esa era su meta y la estaba logrando. Sabía que para emprender esa travesía no podía aferrarse a ningún amor, o le sería imposible levantar vuelo hacia sus sueños.

Hacía dos años que no se veían cara a cara. Dos eternos, infinitos e interminables años para ella. Dos sorprendentes, utópicos años llenos de nuevas experiencias para él. No se veían, pero se mantenían en contacto a través de la red, la milagrosa tecnología que evita que se pierdan aquellas personas que queremos… la poderosa tecnología que evita que borremos aquellos amores que sería mejor olvidar.

Nunca lo había besado. Jamás había rozado sus labios, ni tomado su mano, ni jugado con su pelo. Nunca había sentido la calidez de su abrazo, ni se había emocionado mientras le susurraba tiernas palabras al oído. No: ese tipo de cosas sólo ocurrían en su mente. Y muy a menudo. Cada noche su imaginación se encargaba de trasladarla hacia su mundo de fantasía, allí donde tenía el poder de hacer lo que quisiera, allí donde su amor se concretaba, allí donde él era suyo por completo… Él y sus ojos, su boca, su cabello dorado, sus manos, su barbilla, sus brazos, todo él era suyo y estaba dispuesto a pasar su tiempo con ella.

Así que el amor que ella sentía era completamente lejano… platónico… idealista… Pero no por eso era menos verdadero. Ella sabía que era real y poderoso. Lo sentía en cada fibra de su cuerpo cada vez que le escribía, cada vez que recibía noticias suyas, cada vez que volvía a ver sus fotos, cada vez que lo recordaba… En fin, lo sentía latir todo el tiempo. Él estaba hecho para ella, era lo que siempre había querido, era su complemento perfecto. Pero, ¿ella estaba hecha para él?

Sus amigos no podían entender cómo ella no se lo sacaba de su mente. Por qué no podía conocer otro chico, por qué sus relaciones fallaban. Por qué ni siquiera se esforzaba por intentarlo. ¿Cómo es que estaba tan enamorada si nunca habían salido juntos…? ¿Si solamente habían tenido cortas charlas en persona y el resto de su relación se limitaba a escribirse a través de computadoras? Eso no podía ser amor, decían, tenía que ser un capricho.

Pero estaban equivocados. Un capricho no logra que los ojos brillen ilusionados ante la mención de su nombre, no hace que se te erice la piel con su presencia, no provoca fuertes palpitaciones ni que el corazón se desboque al hablarle, ni que las mejillas se sonrojen ante un elogio. En especial, un capricho no puede durar tanto tiempo y caería vencido ante tantas barreras. No, no se trataba de eso. Lo que ella sentía era algo fuerte, era algo puro. Algo inexplicable. Y real.

Almendra