
Es raro cuando es pleno octubre primaveral, pero aún así el tiritar de los dientes perdura y todo el cuerpo es sacudido por temblores. En mi caso eso significa una sola cosa:
nervios incontrolables. Tuve que tomarme un té de tilo para aflojar con la tensión y, sin embargo, cuando llegué a la casa de mi amiga seguía sumamente nerviosa. Mientras esperábamos que se hiciera la hora para ir al cumpleaños, me llegó un mensaje de texto de Felipe diciendo que llevara una cartera grande
"para que quepa una carpeta". ¡Es un divino! Eso significaba que me había conseguido la revista que le pedí, la que sale sólo en España, y que eso de que no la pudo comprar era puro teatro para darme una sorpresa. No puede ser más dulce...
···
Por fin se hizo la hora de ir a la fiesta y, aunque la ansiedad me mataba, me alegré de comprobar que Felipe aún no había llegado. Porque esto era una prueba de fuego... a partir de este encuentro se iba a definir el futuro de nuestra relación... o de nuestra amistad.
Al cabo de un rato Ezequiel, uno de sus mejores amigos y de los míos también, se acercó a mí y a mi grupo.
"¿Estás contenta, no? Que hoy lo vas a ver después de tanto tiempo". Esbocé una sonrisa estúpida como respuesta, no tenía mucho que decir (o en realidad sí, demasiado) y no quería pensar más, para no seguir alimentando los nervios. De pronto, éste que dice ser mi amigo lanzó las peores palabras que podía pronunciar en ese momento:
"Pero, te contó, ¿no? Que está de novio." Déjà vù. Yo esto ya lo viví. El tiempo me remontó a tres años atrás, cuando yo apostaba a jugarme la vida y me tumbaban unas palabras similares. Mi reacción fue exactamente la misma:
la sonrisa se esfuma al instante para ser reemplazada por una cara de póker, un escalosfrío recorre la espalda, al tiempo que una bomba baja por el esófago para explotar en el interior, destrozando todo a su paso; las lágrimas luchan por huir a través de los ojos, pero son detenidas por mi negativa a exponer el dolor. "¿Está acá? ¿La de la foto?", pregunto como si nada.
"Sí, ella, es uruguaya pero está viviendo en España", me contesta mi amigo con cara de resignación.
"No, no sabía nada", le contesto.
Y desaparecí de la realidad.
Noté cómo el resto de mis amigos quería asesinar a Ezequiel con la mirada (e incluso con algún golpe seco). Creían que no era el mejor momento para darme una noticia semejante, que me pinchó el globo. Puede ser. Pero yo no me enojé. Preferí saber la verdad y desbaratar mis ilusiones ingenuas.
Pero esa noche ya no fui yo. No fui Almendra. Fui una sombra de lo que suelo ser, un espejismo de pena. Soy mala actriz, no sé disimular la tristeza.
···

En ese estado melancólico, vi cómo a lo lejos se acercaba un grupo de chicos entre los cuales yo sólo podía
ver a uno: esa cabellera rubia, ese cuerpo alto y esbelto, esa sonrisa inmensa que iba creciendo más y más mientras se acercaba a mí con los brazos abiertos de par en par para darme
uno de los abrazos más lindos de mi vida... Un abrazo que, sin embargo, no aproveché. Los nervios, la tensión, la angustia, la desilusión, también la alegría y la excitación, todas esas sensaciones mezcladas, hicieron que me desprendiera muy rápido de sus brazos y que lo primero que lograra decirle fuera:
"¿Me trajiste la revista?"¡¡¡ASESÍNENME!!! Lenta y dolorosamente, por favor. ¿Cómo le voy a decir eso? ¿Cómo, después de esperar dos años y medio para volver a verlo, lo primero que hago es preguntarle por una revista...? ¡QUE NO ERA LO IMPORTANTE! Lo fundamental era verlo a él, y quedé como una interesada egoísta. Diecinueve años tengo y no se me ocurre una frase coherente para decirle. Pero bueno, no hay marcha atrás con eso.
Él me miró, volvió a sonreirme y me regaló no sólo una, sino
dos revistas.
"Una para que la recortes y otra para que la guardes". Me morí de amor. Toda la melancolía anterior fue reemplazada por una alegría inmensa por tener a este chico tan especial frente a mis ojos. Felipe siguió saludando, para lo cual entró al salón, yo permanecí en el patio. Entre los halagos de mis amigas
("es un divino, un amor, se acordó de vos, le importás") y las burlas de mis amigos
("qué pollerudo, ay estás roja, ¿tenés calor?"), la noche siguió su curso.
···
Felipe era el centro de atención, cada vez que lo veía estaba hablando con alguien distinto (lógico, después de pasar más de un año en otro país) y no sé si era a propósito o yo quería evitarlo, pero cuando yo estaba dentro del salón, él estaba afuera, y viceversa. Mis amigas se hartaron de mi actitud infantil de nena tímida y me obligaron a ir a hablarle. Así que charlamos... no tanto, pero más que nunca, más que nada de su viaje. Si tuviera que contar todo lo que pasaba por mi cabeza, no termino más... La
vorágine de emociones cada vez sumaba más escala y llegó al punto cúlmine cuando volvió a invitarme a su casa. Le dije que sí, que después arreglábamos bien. Y me fui de la fiesta como a las 5 a.m., con un lío en el corazón que va a costar mucho ordenar.
···
No pude dormir esa noche. Horas dando vueltas en la cama. Conclusión del
insomnio: me encantó volver a verlo. Me gusta como siempre y, a la vez, más que nunca. La esperanza que estaba por las nubes cayó hasta enterrarse en lo prufundo.
¿Por qué tenía que volver con novia? ¿Para qué lo esperé? ¿Fue todo en vano? ¿Me ilusioné con alguien que nunca me corresponderá? Pero a la vez, la supuesta novia está en España. Y él aún no me contó nada de ella, ni que estuviera en una relación (y ni le pregunté). Puede que la llamita de esperanza todavía no se apague del todo...
¡QUIÉN SABE!Almendra*
